Artículo: Hogar, dulce hogar

Dejar para siempre el hogar que hemos habitado to­da una vida implica abandonar aquel lugar al que siempre po­díamos volver. Un espacio col­mado de buenos y malos re­cuerdos, de vivencias que han dejado huellas y cicatrices en nuestro carácter, cambiándo­nos de arriba abajo. Precisa­mente, estos son los temas a los que se aproxima el último largometraje hasta la fecha del realizador y guionista británico Richard Loncraine. Una comedia para todas las edades que ilus­tra los cambios sociales que se han producido en el East Villa­ge neoyorquino a lo largo de lo que llevamos de siglo. El cineas­ta, galardonado con el Oso de Plata al mejor director gracias a la aplaudida Enrique III (1995), demuestra su versatilidad co­mo artesano tomando las rien­das de un trabajo que inaugu­ra un registro insólito en sus casi cuatro décadas de trayec­toria. Alex y Ruth son un matri­monio septuagenario que lleva compartiendo alegrías y pesa­res durante cuarenta años en un acogedor apartamento de Brooklyn. Sin embargo, una se­rie de circunstancias los obliga­rá a vender su querido habitá­culo. La seguridad de las cuatro paredes dará paso a la intem­perie de un mundo plagado de retos a los que la pareja opta­rá por enfrentarse con el mejor humor. Mientras, rememorarán los días vividos en su antigua casa, recapitulando así los mo­mentos más importantes de su particular historia de amor. En el camino se toparán con estram­bóticos agentes inmobiliarios, edificios al borde del desmoro­namiento y pisos hundidos en la ruina.

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